
La tendencia del pueblo nipón a sacrificar sus vidas personales al grupo tiene sus límites. Me explico: se considera que la japonesa es una de las sociedades más gregarias que existen, todo se hace en, por y para el grupo. Pero al mismo tiempo cada individuo es una especie de isla para con su familia, sus colegas de trabajo e incluso para su cónyuge. No es que las personas sean perfectas desconocidas, pero el flujo de comunicación y de información personal al que estamos acostumbrados los occidentales y, especialmente, los hispanos, es inexistente. Muchos occidentales se quejan, me explica Yuko, una de mis alumnas ya maduritas y experta conocedora de las relaciones interculturales, de que las mujeres japonesas son frías con ellos, de que no son cariñosas, que no les hablan. No es que sean especialmente frías con ellos –nosotros- sino que solamente repiten el patrón que han visto en sus casas y para el que han sido programadas socialmente: los silencios son la norma y los convencionalismos sociales ocupan gran parte de la conversación. Recuerdo una película francesa que vi en América hace unos años sobre un hombre joven que se involucra con una mujer japonesa y engaña a su novia gala. Cuando confiesa su infidelidad, explica que en realidad no la está engañando con otra mujer, sino con algo completamente diferente, dado el aspecto físico pero sobre todo el comportamiento imprevisible y misterioso de su amante. Al principio está fascinado por ella, imaginándola como el sumum de su fantasías de exotismo, pero al final los silencios terminan por cansarle y la abandona por su embarazada joven esposa francesa. Algo parecido les sucede a los extranjeros que “caen en las garras” de las niponas, aunque a muchos esa fascinación les dura eternamente. Yuko también me cuenta que salir con un extranjero, i.e. europeo o norteamericano, está de moda, y que muchas chicas jóvenes nos llevan a su lado como quien pasea un bolso de Louis Vuitton o algún complemento de Channel.
Volviendo al asunto de la comunicación, el grupo y la individualidad, creo que lo gregario de los japoneses no es tanto por su dependencia o adhesión al grupo como por la constricción comportamental a la que les obliga la sociedad: la expresión pública de los sentimientos es socialmente punible, especialmente cuando se trata de mostrar enfado, llevar la contraria o recriminar educadamente algo a alguien. Aparentemente, todo el mundo está de acuerdo, pero en el fondo, su forma de escapar a ese forzado consenso es el aislamiento comunicativo: si no hay comunicación, no hay desacuerdo, es más, hay sensación de libertad. Y así, los tópicos triviales y menos susceptibles de originar un conflicto (el tiempo, lo isogashi que se está en el trabajo, etc.) son la estrella en las conversaciones. Otra forma de escape es la falta total de contacto con el otro, incluso visual. Cualquiera que vaya en metro por esos pasillos interminables a horas punta entenderá lo que digo: hordas de salaryman, fashion-victims, mujeres, niños y demás seres humanos caminan en hipotéticas lineas paralelas que no han de cruzarse, ni siquiera con la mirada. En ello, especialmente las Shibuya y Shinsaibashi girls me recuerdan a las estudiantes gringas de la Universidad de Arkansas, que llevaban pantaloncitos de deporte a la altura de la ingle pero estaban dispuestas a demandar por acoso sexual al varón que se volviera a mirarles las piernas. El sexo como forma de control y poder por parte de la mujer es una de las viejas historias del mundo, como la huelga de sexo de las griegas…
Volviendo a la comunicación, o a la falta de comunicación, la forma en que las chicas japonesas rechazan las invitaciones o aproximaciones sentimentales o sexuales masculinas siguen ese mismo patrón, el de los silencios. “The fact that a Japanese girl gives you her cell-phone email doesn’t mean that she is going to contact you or answer to your advances. She just wasn’t able to say no when you asked for it”-le digo a Andrew junto a un café en nuestra monotemática cita pseudo-intelectual de los lunes por la tarde en Starbucks . La diferencia en los ritmos sociales entre ambas culturas y la influencia del trabajo en la vida de cada persona también difieren, aunque esto último requiere ello sólo otro artículo. Falta de asertividad, presión social, aislamiento: factores inseparables del pack japonés de la supuesta sociedad gregaria.
Japan is supposed to be a very gregarious society but actually, although apparently everyone sacrifices his life to the all, to the group, individuals have different ways to escape from that lack of public individuality: through isolation; isolation from family, colleagues, and even husband/wife. Yuko, one of my middle-aged students, tells me that many foreigners complain about the lack of tenderness from their Japanese girlfriends. I think it’s simply a lack of fluid communication, a pattern that is quite normal in Japan, and has to be with the bubble that all of them have built around themselves. There was a French movie I saw in America about a just married French young man, who cheats on her young beautiful with a Japanese woman. When he confesses his “crime”, he claims that his action was not cheating, since that woman is not human. Her mysterious silences, her exotic appearance gave her an extra-terrestrial aura. But he ends up tired of the silences and goes back with the sensitive and tender pregnant French wife. Many Western men follow that pattern in their relation with Japanese women but for many of them, too, the illusion of exotism never ends. Yuko also tells me about how now it’s fashionable to have a foreign –European or North American- boyfriend, and that some Japanese young women walks them as if they were a Louis Vouitton’s bag or a purse by Channel.
Going back to isolation, the non-communication and the silences is a way to overcome the society restrictions, each person being an island in a 200 million-island archipelagos. When you walk along the long corridors of the subway at rush hours, you can see how every single person follow his/her destination without noticing about anything around him/her. But there are parallelisms: the Shibuya or Shinsaibashi girls remind me of the American female college students at the University of Arkansas who with such short shorts that there was no place to imagination, but if a male dared to stare at their legs, they would be willing to file a harassment case. In Japan it’s bad manners to stare at people because it breaks that so much desired isolation.
The way Japanese woman have to make refusals over male sexual or sentimental advances is a one of silences: “The fact that a Japanese girl gives you her cell-phone email doesn’t mean that she is going to contact you or answer your invtations. She just wasn’t able to say no when you asked for it”-I tell Andrew over a coffee in our Monday afternoon monothematic meeting at Starbucks. There a few more factors that can explain the everyday misunderstandings between cultures but most of them have to be with social rhythms, lack of assertivity, social pressure, isolation and silences.