
De cuando yo era apenas un niño, recuerdo los concursos de Eurovisión como un evento social y familiar a nivel nacional. Entonces no había Internet, teléfonos móviles o miles de cadenas de televisión sino apenas la 1 y el UHF. Todos en la familia nos reuníamos frente al televisor y dábamos nuestras opiniones sobre quién sería el ganador del concurso musical. A todos nos ilusionaba que España -por entonces en la cola de países de Europa en casi todos los indicadores económicos, sociales, políticos e incluso culturales, lograse la más alta calificación. Ahora las cosas han cambiado y el concurso no es seguido tan religiosamente por la población, que tiene otros intereses u otros menesteres.
Este año, la cantante española, Soraya, se quedó en el penúltimo puesto. Al leer la noticia me dirijo a U-tube y veo su vídeo: comienza con un toque árabe -tal vez muestra políticamente correcta de la la realidad multicultural española actual- y continúa con una anecdótica y más que trillada fórmula: la de una buena voz, un estribillo fácil y pegadizo, y un toque disco-gay a lo Mónica Naranjo. El problema es que eso tal vez podría haber funcionado en los 90 pero estamos en pleno siglo XXI. Espero que sea un toque de atención para los que casposamente presentan cosas que de antemano se sabe que van a fracasar ante los algo más depurados gustos europeos. El tiempo de los Julio Iglesias, Rafael y la canción española ya pasó, parece ser la moraleja que se saca de ese penúltimo puesto. Yo habría enviado a Ojos de Brujo, con su flamenco-fusión que incorpora lo nuevo (el hip-hop) y recupera lo tradicional (flamenco).
El noruego Ryback ha conseguido una mezcla perfecta de música de cámara -con su violín-, ritmo electrónico y danza. La escenografía me pareció perfecta, con los bailarines tradicionales noruegos saltando y girando a su alrededor. Además, la letra de su fairytale tenía algo de atractiva historia narrada. Y como el chico es guapo….estaba cantada su victoria.
¡Enhorabuena, Noruega!