
A invitación y agradecidas expensas de mi mejor amiga Belén, el fin de semana en Mérida ha roto un poco mi abúlica rutina madrileña.
Mérida es una ciudad pequeña, de apenas 55.000 habitantes, con un casco antiguo plagado de ruinas romanas (y de algún edificio moderno y feo), de callejuelas con sorpresas, bares alternativos, y cafeterías donde desayunar tostadas de manteca.
El teatro romano es espectacular. En la foto, la obra “Ítaca”, que integra mitología literaria (La Odisea), baile y cante flamencos, y guiños a la cultura popular y a la situación política contemporáneas. Como el tema de la obra era el viaje, me ha encantado. En este caso tenemos a un Ulises que, representante de la etnia gitana en la Alemania nazi, intenta huir del exterminio para volver a su Ítaca particular. Miki Molina lo representa a la perfección, aunque mi personaje favorito es un enanito argentino que hace de un Hitler-Franco acomplejado y sexualmente perverso. En el coro gitano sobresale la figura del cantaor principal y el director incluso se permite incluir a dos niñas de su familia.
Conclusión: ¡Mérida existe!