さんかく Sankaku Triángulo

sankaku

Si coges Lolita, Atracción fatal, y le añades un poco de la edulcorada sociedad japonesa actual, te sale esta pequeña obra maestra que es さんかく(Sankaku, triángulo).
La aburrida vida de la joven pareja de Momose y Kayo se pone patas arriba a la llegada la casa de la adolescente hermana de Kayo, Momo Chan. Lo inevitable, el enamoramiento del ex-chico duro de barrio -ahora mediocre vendedor de tienda obsesionado con los coches custum- de la espontánea y deliciosa Momo, sucede aparentemente de forma natural, aunque luego averiguamos que no es así, que nada es lo que parece. Las miradas y los silencios, tan comunes en los filmes japoneses, aquí se suceden a ráfagas en la cárcel-paraíso que supone el pequeño apartamento y la habitación donde los tres duermen. La estructura de la película es de un acierto total, todo queda perfectamente atado, y, como en una versión asiática del Deus ex machina, karma y darma -lo que haces para bien o para mal acabará sucediéndote a ti-, cada personaje tiene su propia culpa y al mismo tiempo su tragedia personal. El personaje más complejo es el de la niña, Momo chan: uno de los temas que sortea la película es el de la responsabilidad, el de la culpa. En una de las escenas finales de la peli, Momose le dice a la chica: あなた、子供じゃないよ。(Anata, kodomo yanai yo, tú ya no eres ninguna niña); ella responde: 子供だし。(Kodomo da shi, sí que lo soy); y con ello justifica sus actos. Creo que el director Keisuke Yoshida –en su anterior y no tan lograda pero divertida Café Isobe también explora la mente de una adolescente- quiere indagar en la idea de que la minoría de edad legal no exime de razonamiento y responsabilidad, y que debemos pagar por nuestros actos. El personaje de Kayo, la hermana mayor, es la que acaba provocando en la audiencia el mayor brote empático, la única tal vez realmente enamorada de los tres, y siempre dispuesta a perdonar. Otros aspectos poco conocidos –en el extranjero- de la sociedad japonesa, como los 痴漢 (chikan, manoseadores), los inescrupulosos vendedores japoneses, la relación 先輩―後輩 (sempai-kouhai, compañero de trabajo veterano, empleado nuevo) e incluso las peculiares formas del acoso ストーカー (del inglés stalker), también se muestran a la perfección en el filme.

EL SUEÑO PERDIDO DE LOS JAPONESES (I)

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No tenía intención de escribir sobre esto, pero ya que ayer me llamaron de un programa de radio en España y me hicieron una mini-entrevista sobre el tema, pues aquí me explayaré un poco sobre ello y así mato dos pájaros de un tiro.
Los japoneses aprovechan el autobús y el tren para dormir, sobre todo cuando el viaje es temprano por la mañana o a última de hora de la tarde-noche. Cuando ya llevas unos años viviendo aquí, imágenes como la de un autobús, vagón de tren o de metro en el que la mitad de los pasajeros hacen honor a Morfeo en público ya no te causan mucha impresión.
Hay que distinguir el caso de los estudiantes y los oficinistas (サラリーマン sarariman).
En el primer caso, si son de estudiantes de instituto (高校生 koukousei): entre las clases, las actividades extra-escolares (サークル Saakuru), las academias (塾 Yuku), y la presión para pasar los exámenes de entrada a la universidad (入学試験 Nyugaku Shiken), apenas les queda tiempo libre para jugar a la game-boy, leer manga o ver sus series favoritas de anime, y ya comienzan a robarle horas de sueño a un necesario descanso. Además, muchos sábados tienen clase.
Si son universitarios (大学生 daigakusei), aunque durante el curso no hacen gran cosa –sólo en época de exámenes y algunos ni eso-, casi todos tienen algún trabajillo por horas (アルバイト Arubaito) y están metidos en clubs universitarios de diversa índole (大学 サークル Daigaku Saakuru) -a los que por cierto dedican mucho más tiempo y esfuerzo que al estudio, entre otras cosas por la presión del grupo-. Si a ello le sumas el tiempo que dedican a Internet, a salir a pasear o de compras, y a maquillarse y arreglarse el pelo -en el caso de las chicas y de algunos chicos, aunque esto también lo hacen en el autobús-, resulta que apenas les quedan 4 o 5 horas para dormir. Es inevitable que se duerman en el autobús o en el tren.
En clase también duermen, aunque depende del profesor. En general los profes japoneses permiten dormir porque el que duerme, no molesta. Yo no me habitúo a esa fea costumbre de ignorar al 先生 (sensei) y utilizo varias técnicas para evitarlo: al principio solía hacer una foto al durmiente en cuestión para espanto de sus compañeros de clase pero me di cuenta que podía estar violando su somnolienta intimidad y meterme en problemas, así que dejé de hacerlo. Luego opté por ir hasta su sitio y dar un golpe en la mesa para despertarlo, pero también pensé que en caso de infarto por el susto, me podrían acusar de homicidio involuntario, y dejé de hacerlo. Después, me dediqué a explorar la posibilidad de crear un distendido ambiente de broma que al mismo tiempo pusiera un poco en ridículo al ofendiente: me acercaba a su sitio sigilosamente y me llevaba su libro, cuaderno, bolígrafos, etc., de su mesa, siempre con una sonrisa, para posteriormente despertarle con alguna pregunta en voz alta relacionada con el libro; el o la pobre estudiante se ponía a buscar sus cosas desesperadamente bajo las risas cómplices de sus compañeros; pero de igual manera me arriesgaba a ser acusado de cleptómano reincidente y dejé de hacerlo. Ahora me gusta usar el micrófono con altavoz que incorporan casi todas las clases, y al mencionar el nombre del durmiente por megafonía, éste se despierta desorientado entre las burlas de sus compañeros pensando si no estará todavía soñando. A veces soy bueno y simplemente les mando al baño a refrescarse un poquito. Y en esas estoy todavía.

En la siguiente entrega del blog hablaré de las ocasionales siestas matutinas y vespertinas de los oficinistas, de sus horas extras y de su sacrificada existencia.

P.D.: Por cierto, en la foto no se ve bien si los chavales están durmiendo o jugando a los marcianitos, tal vez las dos cosas.

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