No tenía intención de escribir sobre esto, pero ya que ayer me llamaron de un programa de radio en España y me hicieron una mini-entrevista sobre el tema, pues aquí me explayaré un poco sobre ello y así mato dos pájaros de un tiro.
Los japoneses aprovechan el autobús y el tren para dormir, sobre todo cuando el viaje es temprano por la mañana o a última de hora de la tarde-noche. Cuando ya llevas unos años viviendo aquí, imágenes como la de un autobús, vagón de tren o de metro en el que la mitad de los pasajeros hacen honor a Morfeo en público ya no te causan mucha impresión.
Hay que distinguir el caso de los estudiantes y los oficinistas (サラリーマン sarariman).
En el primer caso, si son de estudiantes de instituto (高校生 koukousei): entre las clases, las actividades extra-escolares (サークル Saakuru), las academias (塾 Yuku), y la presión para pasar los exámenes de entrada a la universidad (入学試験 Nyugaku Shiken), apenas les queda tiempo libre para jugar a la game-boy, leer manga o ver sus series favoritas de anime, y ya comienzan a robarle horas de sueño a un necesario descanso. Además, muchos sábados tienen clase.
Si son universitarios (大学生 daigakusei), aunque durante el curso no hacen gran cosa –sólo en época de exámenes y algunos ni eso-, casi todos tienen algún trabajillo por horas (アルバイト Arubaito) y están metidos en clubs universitarios de diversa índole (大学 サークル Daigaku Saakuru) -a los que por cierto dedican mucho más tiempo y esfuerzo que al estudio, entre otras cosas por la presión del grupo-. Si a ello le sumas el tiempo que dedican a Internet, a salir a pasear o de compras, y a maquillarse y arreglarse el pelo -en el caso de las chicas y de algunos chicos, aunque esto también lo hacen en el autobús-, resulta que apenas les quedan 4 o 5 horas para dormir. Es inevitable que se duerman en el autobús o en el tren.
En clase también duermen, aunque depende del profesor. En general los profes japoneses permiten dormir porque el que duerme, no molesta. Yo no me habitúo a esa fea costumbre de ignorar al 先生 (sensei) y utilizo varias técnicas para evitarlo: al principio solía hacer una foto al durmiente en cuestión para espanto de sus compañeros de clase pero me di cuenta que podía estar violando su somnolienta intimidad y meterme en problemas, así que dejé de hacerlo. Luego opté por ir hasta su sitio y dar un golpe en la mesa para despertarlo, pero también pensé que en caso de infarto por el susto, me podrían acusar de homicidio involuntario, y dejé de hacerlo. Después, me dediqué a explorar la posibilidad de crear un distendido ambiente de broma que al mismo tiempo pusiera un poco en ridículo al ofendiente: me acercaba a su sitio sigilosamente y me llevaba su libro, cuaderno, bolígrafos, etc., de su mesa, siempre con una sonrisa, para posteriormente despertarle con alguna pregunta en voz alta relacionada con el libro; el o la pobre estudiante se ponía a buscar sus cosas desesperadamente bajo las risas cómplices de sus compañeros; pero de igual manera me arriesgaba a ser acusado de cleptómano reincidente y dejé de hacerlo. Ahora me gusta usar el micrófono con altavoz que incorporan casi todas las clases, y al mencionar el nombre del durmiente por megafonía, éste se despierta desorientado entre las burlas de sus compañeros pensando si no estará todavía soñando. A veces soy bueno y simplemente les mando al baño a refrescarse un poquito. Y en esas estoy todavía.
En la siguiente entrega del blog hablaré de las ocasionales siestas matutinas y vespertinas de los oficinistas, de sus horas extras y de su sacrificada existencia.
P.D.: Por cierto, en la foto no se ve bien si los chavales están durmiendo o jugando a los marcianitos, tal vez las dos cosas.