C.R.A.Z.Y. is Freud

Tenemos al padre, a la madre y al hijo: el hijo quiere ser como el padre pero sigue haciéndose pis en la cama; la estereotípica madre se desvive por su niño con don religioso incluido; el padre quiere ver en el hijo una continuación de su propia hombría. Éste es el esquema freudiano de la canadiense C.R.A.Z.Y. Y las cosas se complican cuando surgen las primeras manifestaciones de una prematura tendencia homosexual que se convierte en anatema y tabú para la familia. La historia del crecimiento personal de Zac en la Canadá de los años 70, viaje al Medio Oriente incluido, se convertirá en el argumento de la película, como un bildungsroman.

La homosexualidad ha pasado en la historia de la Humanidad por muchos estadios: los griegos la practicaban y aceptaban socialmente, en la fanático-religiosa Edad Media y buena parte de la Moderna la sodomía era castigada con la muerte, y en la actualidad se acepta legalmente pero está estigmatiza por la sociedad. La actitud del padre de Zac hacia el “problema” de su hijo va desde el complejo de culpa (¿qué habremos hecho mal?), pasando por intento de modificación de conducta, hasta el rechazo de Zac como persona: el hecho de que el padre cuide y trate al hermano drogadicto pero reniegue de Zac por su homosexualidad es muy revelador.

El protagonista no hace sino vivir una vida que no le corresponde con el mero objetivo de agradar a su padre y “ser como ellos”. Sólo cuando se aleja miles de kilómetros de su casa –y ni aun así, porque el fantasma del padre siempre está presente en su cabeza- puede encontrarse a sí mismo y aceptarse como tal. En el contexto de esta historia está el día a día familiar con unos hermanos demasiado estereotipados (el deportista, el intelectual y el rebelde) y una madre con una devoción enfermiza por la religión y por su hijo, otra de las claves freudianas del argumento.

El tono de la película es humorístico y ayuda a tratar temas tan delicados como los problemas familiares y la homosexualidad. Hay algunas escenas realmente logradas, como el enfrentamiento de Zac con su hermano mayor, una violenta demostración a cámara lenta y con música clásica de su mayoría de edad mental; pero la que más impacta, suelta la lágrima y nos lleva al clímax del filme es el abrazo final del padre: ya ha perdido un hijo, no quiere perder otro más. Todo está aderezado con una curiosa mezcla de estilos musicales que reflejan épocas distintas para formas de pensar distintas (Charles Aznavour, Patsy Cline, David Bowie, The Rolling Stones) y que entran y salen de esta excelente película irregular, irregular en el tono, en el carácter episódico –a saltos- y en la ambigüedad, algo poco común en el cine.

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