
Siempre que veo en alguna película a Mark Whalberg, le recuerdo en aquella producción de Hollywood en la que hacía de joven actor porno en los años 70 descubriendo las fiestas en las mansiones de los magnates de California. En ésta el papel que le ha tocado es mucho más equilibrado, el de un simple profesor de ciencias en un instituto en Filadelfia. Pero la trama hace honor al estilo del director de “El Sexto Sentido”, Night Shyamalan: en los parques de las ciudades del nordeste de Estados Unidos unas toxinas que se transportan por el aire incitan a la gente a cometer suicidio y hay una huida masiva de la población hacia poblaciones menores. Me gusta cómo la información va siendo desvelada poco a poco pero al fin y al cabo nunca termina de aclararse del todo. La historia personal de la crisis de su matrimonio no encaja demasiado y el momento-clímax de la película es poco verosímil pero la sobria actuación de mi actor fetiche lo compensa todo. Los suicidios son mostrados a lo Takeshi Kitano, a través del resultado de la violencia más que de la violencia misma; aunque hay muertes épicas –como la de la cortadora de césped o la colectiva de los obreros que saltan del tejado del edificio. A los japoneses esta película les aterrará por sus escenas sangrientas pero también les recordará una realidad de este país: el altísimo índice de suicidios, como si también aquí unas toxinas asesinas hubieran sido liberadas al aire de forma indiscriminada.